Océanos de tinta han corrido y
seguirán corriendo sobre la revolución cubana. Paradójicamente, esto no significa
que sea tarea fácil acceder a una literatura realmente científica sobre el
tema, controlada por la garantía que ofrece el rigor metodológico de la ciencia
histórica. Es natural: todo historiador sabe que deben pasar décadas (cincuenta
años suele ser el número mágico) para que las aguas turbulentas de los
acontecimientos en desarrollo se decanten, los archivos se abran y la distancia
cronológica “enfríe” las pasiones (y, en algunos casos, las responsabilidades
penales) y sea posible adquirir la perspectiva y la objetividad que son propias
de la necesaria distancia que exige el rigor del método que busca la verdad.
Como el fenómeno que nos ocupa sigue en pleno desarrollo —y es por su propia
naturaleza política, agriamente polémico—, es muy natural que la mayor parte
del material que se encuentre esté marcado por ese mismo carácter partidista.
Como se trata de un régimen dictatorial de izquierdas, mucho de lo que se
conseguirá estará signado por la propaganda pura y dura orquestada por el
régimen y cultivada refinadamente en algunas academias “primermundistas"
que encuentran en la defensa de la leyenda
aurea del castrismo una obligada forma de autojustificación moral. Si se
quiere una versión más objetiva, desde la perspectiva de las víctimas, por
decirlo así, hay muchas obras de carácter testimonial, que son de gran valor,
pero su propio carácter personal implica que hay que considerarlas más bien
fuentes para la investigación histórica posterior, que las someterá a la
necesaria crítica y valoración en orden a la elaboración de una perspectiva más
global.
Como quiera que el capítulo
abierto por Castro en 1959 no se ha cerrado todavía, esta carencia de una
historia rigurosa y académica del mismo es comprensible, si bien frustrante
para el lector interesado. Es justamente por eso que la obra que estoy
reseñando aquí destaca notablemente. La autora es Profesora de Historia Cubana
y Caribeña en la University of Florida. Hija
de padres cubanos exilados, nacida en Estados Unidos, posee simultáneamente la
necesaria distancia que exige el rigor de la disciplina histórica y la cercanía
—intimidad, incluso— con el país y el fenómeno estudiado que le permite
comprenderlo con una profundidad que no sería posible en un investigador
completamente ajeno a la realidad cubana. Ha podido así escribir la que a mi
humilde juicio es la mejor historia de la revolución cubana que se haya
publicado hasta el momento.
No se trata, sin embargo, de una
mera narración cronológica de los “hechos” históricos, sino de un estudio mucho
más estructural que lineal para sacar a la luz los movimientos profundos, tectónicos,
que hicieron posible la consolidación de la que es, sin duda, la única
dictadura totalitaria que se ha logrado instalar en nuestro continente. La obra
cubre el período comprendido entre 1959 y 1971, es decir, entre el inicio de la
revolución y el famoso “caso Padilla”, que marcó la ruptura del consenso a
favor del castrismo reinante entre la intelectualidad mundial. En este sentido,
no cubre toda la historia del proceso cubano hasta nuestros días, cosa que
naturalmente nos hubiese gustado mucho, pero el rigor y la acuciosidad de la
autora justifica plenamente la limitación. De hecho, ya en sus actuales
dimensiones se trata de una obra monumental.
La investigación se centra en
responder a la pregunta acerca de cómo fue posible para Fidel Castro alcanzar
un consenso social tan abrumador y aplastante como para lograr permanecer en el
poder hasta el día de hoy. De allí que sea completamente lógico que la autora
se concentre en los años de consolidación del poder castrista y haga una suerte
de disección del proceso que revele las estrategias utilizadas por los barbudos
para lograrlo. Utiliza para ello la metáfora del palimpsesto, aquellos pergaminos escritos que eran raspados por los
copistas de la Antigüedad y la Edad Media para borrar su contenido y poder así
reutilizarlos, escribiendo un nuevo texto sobre ellos. La caída de Batista
supuso un remesón de la sociedad cubana que despertó todo tipo de expectativas
democratizadoras y modernizadoras en su seno. A diferencia de Venezuela,
cuando, un año antes, la caída de Pérez Jiménez despertó expectativas similares,
pero que se canalizaron hacia la difícil conformación de una democracia de
partidos de carácter limitadamente liberal, el proceso cubano fue hábilmente
secuestrado por Castro, quien lo condujo hacia el establecimiento del único
Estado comunista de América, frustrando con ello la posibilidad del surgimiento
de una sociedad democrática en la Isla. El entusiasmo inicial de la revolución
originó una explosión de narrativas propias de cada sector social que
expresaban no solo su apoyo, sino las esperanzas que querían ver realizadas en
aquella nueva e inédita experiencia política. Como un siniestro copista, Castro
reescribía sobre esas narrativas de
la gente la suya propia, cuya vocación no era tanto la de ser dominante como la
de ser la única. Todas las
expectativas tenían que expresarse y acomodarse dentro de los términos de la
narrativa hegemónica que el dictador deseaba. De lo contrario, eran
consideradas expresiones de oposición al régimen y, como tal, execradas.
La gran narrativa fidelista,
entonces, exigía la unanimidad forzada de toda la población en torno a la idea
de que la represión del disenso era necesaria para poder garantizar la efectiva
realización de las expectativas de progreso social que se despertaron a la
caída de la dictadura batistiana. De allí que Castro viera en el comunismo el
sistema perfecto para lograr sus fines de dominio total y, en consecuencia,
procediera a desplazar de los cargos clave del Estado a las personas que
provenían del llamado Directorio Revolucionario
y del Movimiento 26 de Julio y que no
se sumaban dócilmente al discurso hegemónico por individuos provenientes del PSP, es decir, por comunistas. A este
proceso de totalización de la sociedad cubana y de cooptación del proceso
político colaboró en no poca medida la torpeza de la actuación de los EE. UU.,
que proveyó a Castro de un elemento central de toda narrativa totalitaria,
particularmente útil en un país con un acendrado nacionalismo como es Cuba: el
enemigo externo, que permite unificar a todas las voluntades en torno a líder
la nación que se opone gallardamente, cual David, al Goliat “imperialista”.
El libro nos va mostrando cómo
este proceso de “ortopedia” del disenso se desplegó en diferentes sectores
sociales, todos ellos plenos de justificadas expectativas de emancipación y
progreso: las mujeres, los negros, los campesinos, los jóvenes, los intelectuales,
entre otros. A medida que avanza la lectura, se hace evidente cómo se fue
conformando una atmósfera densa, opresiva, que terminó ahogando incluso a la
joven intelectualidad comprometida con lo que creían un proceso político justo
y necesario. El detallado análisis del “caso Padilla” revela cómo la locura
ideológica del régimen llegó al paroxismo. Un particular valor agregado del
libro reside en el hecho de que la autora pudo acceder casi que por casualidad
al legajo original del caso. Paradójicamente, fue tal el peso de la losa de
silencio represivo que cayó sobre él, que los archiveros no tenían ni idea de
la importancia política de aquellos papeles, que la autora pudo disimuladamente
digitalizar y utilizar entre las fuentes de su trabajo.
Este libro me parece de lectura
obligada para los venezolanos, quienes estamos padeciendo desde hace quince
años el intento de establecer una dictadura comunista en nuestro país,
precisamente bajo la asesoría —parece incluso que la dirección— de los hermanos
Castro. Desde el libro de la Profesora Guerra, sin embargo, es posible atisbar
algo de esperanza: aquí ha fracasado la condición sine qua non que sí se presentó en Cuba, a saber, la construcción
de una unanimidad (aquí lo llaman, gramscianamente, hegemonía comunicacional) en torno al chavismo y su narrativa. En
su peor momento, la disidencia venezolana no bajó nunca del 40 % de la
población. Hoy en día, es muy probable incluso que sea mayoritaria. Nos sugiere,
también, que la vía para la construcción de una sociedad plural y democrática
pasa por permitir la expresión de las legítimas expectativas de todos los
sectores sociales que están urgidos de mejores condiciones de vida, evitando
muy cuidadosamente el secuestro y la “ortopedia”
de esos anhelos en función de un proyecto político personalista.
No puedo sino recomendar este
excelente libro. Hay que agregar que su alto nivel académico no implica que
estemos frente a un pesado “ladrillo” escrito en la pedante lengua de algunos “especialistas”.
Por el contrario, se trata de una obra muy ágil, que se deja leer con gusto, a pesar
de sus 512 páginas. Sería muy importante que se editara pronto una traducción
al castellano. Se trata de una obra que sin duda alguna será considerada
pionera en el futuro de la investigación histórica sobre la revolución cubana.
Disponible también en edición
Kindle y eBook.
Guerra, Lillian: Visions of Power in Cuba: Revolution, Redemption, and Resistance,
1959-1971, Chapell Hill: The University of North Carolina Press, 2012, 512
págs.
https://www.goodreads.com/book/show/19773268-visions-of-power-in-cuba