Ediciones Cristiandad ha tenido la excelente idea de
reeditar esta extraordinaria novela de R. H. Benson, publicada por primera vez
en 1907, ocasión en la que se convirtió en un best-seller. Lejos de envejecer,
este libro ha cobrado con los años una enorme actualidad, sobre todo si se toma
en cuenta que el autor ubica los acontecimientos que narra justamente en
nuestra época, a principios del siglo XXI. Fue, en este sentido, una novela
futurista y quizás la primera obra del género de las distopías. Como virtualmente
escribe sobre nuestro presente, nos toca a nosotros juzgar la pertinencia de su
intento y, a mi juicio, el balance es muy favorable para la clarividencia del
autor.
R. H. Benson a los 35 años |
Benson, como el Cardenal Newman, fue un converso del
anglicanismo al catolicismo. Era hijo nada más y nada menos que del Arzobispo
de Canterbury y se educó en Eton y Cambridge. Como Newman, era toda una
personalidad en la Inglaterra de su tiempo. Su profunda visión teológica
encontró expresión, más que en tratados teóricos, en una vasta obra literaria.
Sus novelas son una suerte de “teología narrativa” de gran calado y el mejor
ejemplo de ello es, justamente, Señor del
mundo, que yo no tendría ninguna duda en llamar un tratado de escatología
fundamental.
Naturalmente, Benson no podía acertar con respecto a los
acontecimientos que se iban a desplegar a lo largo del siglo XX. La historia no
es nunca predecible. En lo que sí acertó fue en lo que yo llamaría el
desarrollo profundo de las tendencias metafísicas y culturales que
cristalizarían en la centuria que tenía frente a él. Cuando Benson escribe,
está teniendo lugar ya en el seno del catolicismo el surgimiento del
modernismo. Es decir, la idea de que el cristianismo tiene que adaptarse al
humanismo ilustrado y moderno para poder ser viable y pertinente en el mundo
actual. Benson percibe con claridad que esta tendencia va a tener mucha
importancia en las décadas por venir. En su hipotético futuro nos encontramos
con un mundo en el cual el humanismo, el socialismo y la “religión positivista”
de Comte han logrado construir una suerte de utopía humanitaria que, sin
embargo, es en realidad una profunda mentira y, precisamente, el reino nada más
y nada menos que del Anticristo, que en perfecta coherencia con la revelación
bíblica ―sabia y hondamente leída por Benson―, va a ser un líder inmensamente
popular y “humanitario”. El engaño del Anticristo es así tremendamente sutil.
Puede confundirse fácilmente con el Evangelio, pero es justamente su contrario,
como sucede en el famoso fresco de Luca Signorelli en la Capella di San Brizio,
donde éste aparece como un personaje sospechosamente similar a Cristo, pero que
tiene, para quien sepa verlo, al Demonio susurrándole al oído.
L. Signorelli: Predica e punizione dell'anticristo (detalle) |
Nuestro mundo se parece mucho al de la ficción de Benson. No sólo porque
éste logra prever algunos de los adelantos tecnológicos de los que hoy en día
disfrutamos, a la manera de Julio Verne, sino porque si hay algo que nos
caracteriza es la creencia en el “evangelio secular” de un mundo “humanista” en
el que somos capaces de alcanzar la felicidad del hombre solo con nuestros
esfuerzos, con el poder de nuestra razón y siguiendo la guía de la “naturaleza”
que nos habla a través nuestros instintos
y deseos. Un mundo completamente inmanente, volcado sobre sí mismo y cerrado a
la trascendencia y la alteridad de Dios. En la distopía de Benson es la Iglesia
quien se mantiene fiel a la verdad y no cae en este engaño “sub angelo lucis”,
pero lo que más inquieta de una lectura
de la novela es darse cuenta que, cien años después, esta confusión entre el
reino de Dios y el reino del hombre se ha hecho presente, por la fuerza de la
cultura ambiental, incluso dentro del ámbito mismo del cristianismo: muchas “teologías”
y prácticas pastorales contemporáneas han resbalado sutilmente por esta
pendiente y han terminado por obrar una suerte de reducción del cristianismo a
una ética socio-política, que ve en la Escritura, la Tradición y el Dogma tan
solo una especie de “soporte simbólico” que vehicula unos ciertos valores
universales y en la liturgia una “celebración de la praxis” de una Iglesia
entendida como una comunidad intramundana comprometida en la realización de un
vago programa sociopolítico o filantrópico, cuando no en la franca colaboración
con algún régimen “revolucionario” de los que de vez en cuando alzan cabeza en
el mal llamado “tercer mundo”. Esto no es otra cosa que una completa
secularización de la fe cristiana, por la vía de la erradicación de toda
dimensión sobrenatural y por obra de una falsa y falaz contraposición de lo “pastoral”
frente a lo “dogmático”. Lo cierto es que lo realmente ortodoxo —o realmente “ortopráxico”,
como otros gustan decir— es el primado ontológico de la verdad sobre la
caridad, como muy bien ha enseñado Benedicto XVI en su notable encíclica Caritas in veritate. El agape, para que sea cristiano, es un
amor en la verdad, un amor que brota
del Logos, animado por el Espíritu
Santo. La filantropía divorciada de la verdad puede derivar en grandes
extravíos, como muy bien lo ve Benson: en su novela, uno de los máximos “logros”
de la civilización anticrística es, por ejemplo, la eutanasia, que a los ojos
de todo el mundo aparece como una cosa muy “humanitaria” y hasta compasiva.
Dicho en términos de los Ejercicios Espirituales de San
Ignacio, el Anticristo no es un tipo como Hitler: el Führer y su obvia y descarnada maldad viene a ser una “tentación de
primera semana”, una seducción a obrar un mal demasiado evidente. Es más bien,
una tentación de “segunda semana”: un líder “humanitario”, “filantrópico”, “justiciero”,
que oculta su perversa intención bajo la apariencia de bien (sub angelo lucis, dice San Ignacio), y
que por lo tanto es mucho más peligroso, porque su seducción es también mucho
más sutil. No es Hitler, sino el Che Guevara, que era también un asesino
psicópata, pero que ha sido estilizado como una especie de santón de la
juventud y sus muy loables anhelos de justicia. Como se sabe, el camino al
infierno está pavimentado con buenas intenciones.
Es justamente sobre ese extravío posible que advierte la
novela de Benson y su lectura es muy pertinente justamente para el momento
actual que vive el catolicismo. Frente al peligro de la mundanización y la
secularización de la Iglesia, hay que recuperar el horizonte escatológico,
metafísico y sobrenatural del cristianismo. Porque, como dijo el Papa Francisco
en unas de sus declaraciones recientes, la Iglesia no es una ONG.
Finalmente, es bueno acotar que la densidad teológica de la novela
no implica que se trate de una lectura pesada. Por el contrario: es una novela
muy ágil, interesantísima y provoca leerla de corrido. Ese es otro de los
indicadores de que estamos frente a un gran libro que ha sido injustamente olvidado:
es, a la vez, entretenido y profundo.
Para aquellos lectores que lean en inglés, el texto original
está disponible completamente gratis en su edición Kindle.
Robert Hugh Benson: Señor del mundo, Madrid: Ediciones Cristiandad, 2013, 400 págs.
https://www.goodreads.com/book/show/18895456-se-or-del-mundo